Los niños con altas capacidades muestran un rendimiento elevado en el área intelectual, creativa y artística. Ellos poseen un buen razonamiento abstracto, hacen preguntas que no son propias de otros chicos de su edad y tienen inquietudes e intereses profundos. Sin embargo, esto no los convierte en adultos en miniatura. Su desarrollo en otras áreas, como la afectiva y la social, no siguen el mismo ritmo y, si esto no se comprende y se aborda, pueden surgir importantes consecuencias. Por eso, es importante conocer qué es la disincronía.
Cuando se trata de estos niños, con frecuencia caemos en el error de centrarnos únicamente en su intelectualidad. Así, ofrecemos apoyos y programas de enriquecimiento cognitivo y escolar, y buscamos brindarles conocimientos y herramientas que nutran su mente y su potencial. Pero nos olvidamos de que son seres humanos complejos y que su desarrollo ha de ser integral. Para esto, han de respetarse los diferentes ritmos.
La disincronía en niños con altas capacidades
El síndrome de la disincronía fue descrito por el psicólogo francés Jean-Charles Terrassier. Hace referencia a la falta de concordancia que se produce en estos niños en cuanto a sus diversas edades: la cronológica, la intelectual, la emocional, la social y la motora, entre otras. Es decir, que un pequeño de 7 años puede tener una edad intelectual de 12 y un desarrollo emocional equivalente a los 5 años.
Esta disincronía puede afectar a muchas áreas, ya que las diferentes capacidades y habilidades se desarrollan a ritmos distintos. El hecho de que un niño esté avanzado intelectualmente no implica que su lenguaje, su motricidad, sus emociones o sus habilidades sociales estén al mismo nivel. Y, cuando este desequilibrio o disincronía no se tiene en cuenta, pueden surgir varias dificultades.
Los efectos de la disincronía
Los efectos de la disincronía son visibles en múltiples contextos: en el hogar, en la escuela, en la relación con los compañeros e incluso en el propio mundo interno del niño. Y esto surge porque tendemos a pensar que, al ser tan aparentemente maduro, este infante está preparado para manejar situaciones que, en realidad, no le corresponden aún. A continuación, veremos algunos de los principales efectos de no tener en cuenta esta falta de concordancia entre las distintas edades.
Exigencias poco realistas
Si nos fijamos solo en la edad intelectual, podemos exigirle al niño tareas para las que no está preparado. Por ejemplo, es común que el intelecto y la psicomotricidad no se desarrollen a la par. Así, el pequeño puede leer con gran soltura pero no ser capaz de escribir con la misma facilidad.
Igualmente, puede ser capaz de razonar y comprender conceptos complejos, pero no saber verbalizarlos. Es posible que haya entendido una lección con suma facilidad, pero que a la hora de explicarla en un examen no lo logre. Y esto se debe a una disincronía entre el razonamiento y el lenguaje.
Fracaso escolar
Esta es una de las realidades que más sorprende, pero que se produce con suma frecuencia. Y es que se estima que el 70 % de los alumnos superdotados presentan bajo rendimiento escolar, mientras que, cerca del 40% sufren fracaso escolar. Lo que ocurre es que se produce una disincronía entre lo que ofrece la escuela y lo que el menor necesita.
Muchos niños con altas capacidades se encuentran desmotivados en las aulas porque los contenidos lectivos no están a su nivel. Así, pierden el interés y no se esfuerzan como lo haría cualquier otro niño. Además, debido a su gran capacidad de comprensión, no desarrollan hábitos de estudio o estrategias de memorización, pues se puede considerar que no es necesario, cuando sí lo es.
Por otro lado, las emociones juegan un papel fundamental en el aprendizaje y estas normalmente no se tienen en cuenta en el entorno educativo. Algunos estudios han encontrado que la inteligencia emocional favorece el buen rendimiento académico. Por esto, si se deja este aspecto a un lado, se puede guiar a estos niños hacia el fracaso escolar.
Malestar emocional
La disincronía entre el intelecto y el afecto es una de las que más consecuencias causa en estos niños. Y es que, pese a ser tan capaces de razonar, de cuestionar y de comprender el mundo, pueden no tener la misma facilidad para entender sus emociones. Generalmente, se les dificulta interpretar su rico mundo interior, gestionar sus sentimientos y hacer frente a esa sensación de ser diferentes. Y es que sus emociones suelen ser intensas, profundas y desbordantes.
Esto puede conducir a una baja autoestima, trastornos de ansiedad, tristeza e incluso depresión. Por supuesto, estas condiciones se pueden dar en caso de que no cuenten con el apoyo y acompañamiento adecuado por parte de los adultos.
Aislamiento social
Debido, precisamente, a sus diferencias, los niños con altas capacidades pueden tener problemas para adaptarse en la escuela y relacionarse con sus iguales. Así, pueden no compartir los mismos intereses y perspectivas que otros niños de su edad, sentirse incomprendidos y rechazados y sufrir aislamiento.
Crianza inadecuada
Por último, la disincronía también afecta a la familia, que puede no tomar las mejores decisiones en cuanto a la crianza. Por percibir a estos niños tan maduros, podemos dejarles tomar decisiones que no les corresponden y caer en la permisividad y la falta de límites. Recordemos que aún necesitan ayuda para comprender sus emociones, para desarrollar sus habilidades sociales y para adquirir buenos hábitos. Los padres deben ser quienes han de establecer las normas, guiar y enseñar a los menores.
Comprender y manejar la disincronía para mejorar su calidad de vida
En suma, los padres, los educadores y todo adulto que trabaje con niños con altas capacidades debe comprender la disincronía y sus efectos. Es necesario atender el grado de desarrollo en cada área para ofrecer las ayudas y los ajustes necesarios. No debemos limitarnos solo a juzgar al chico por su capacidad intelectual.
Sí, es necesario enriquecer y nutrir su mente y su curiosidad, pero también es importante realizar un gran trabajo emocional, supervisar y poner límites. Recordemos que no son adultos en miniatura y que tienen derecho a vivir y a disfrutar de su infancia.
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FUENTE: MujerHoy